Reflexión sobre la condición del moderno proletariado (primera parte)

Creato: 06 Agosto 2015 Ultima modifica: 22 Agosto 2019
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[IT]

Après moi le déluge! (Después de mí el diluvio!), es la divisa de todo capitalista y de toda nación de capitalistas. El capital, por consiguiente, no tiene en cuenta la salud y la duración de la vida del obrero, salvo cuando la sociedad lo obliga a tomarlas en consideración.

La historia del progreso - nos dicen - es un continuo avance hacia el bienestar de todos, de modo que el trabajo será el medio de emancipación de las masas, no más consideradas como un monstruo peligroso y ebrio de ideas de revolución, sino como un conjunto de individuos aislados, caracterizados siempre más por el uso de la tecnología y por una religión del consumo como reacción natural respecto al total dominio del hombre sobre la naturaleza.

 En cambio, recorriendo las huellas dejadas por Marx y Engels a finales de la primera mitad del siglo XIX, nos enteramos de que ya entonces los dos maestros del socialismo reconocían los términos de una batalla sólo aparentemente historiográfica: los medios dialécticos con los cuales los dos lucharon en el frente del proletariado y contra la naciente burguesía industrial resultaron diferentes pero complementarios; Engels en 1844 se mudó a Inglaterra, entre los obreros de Manchester y de la zona de Liverpool, donde pudo comprobar personalmente las míseras condiciones de vida y el embrutecimiento general de la clase recién nacida; Marx, en el primer libro del Capital, dedica una amplia parte de su obra a las legislaciones del trabajo en las fábricas entre 1833 y 1864: o sea, esa fase que él mismo define como “paradigmatica” para una eficaz comprensión de la ferocidad y de la sed de plusvalía que al principio animaron la burguesía industrial inglesa. Decíamos que los medios dialécticos fueron parcialmente diferentes: ya que Engels redactó una relación que hoydía definiríamos “etnográfica”, mientras que Marx se dedicó a un verdadero tratado económico y jurídico con las inevitables tomas históricas y documentales provistas por la documentación escrita entonces existente sobre la vida de las clases populares en contacto con la industria algodonera, manufacturera, de la panificación etcétera.

 

 

 

Una comparación entre La situación de la clase obrera en Inglaterra y el párrafo del primer libro del Capital La legislación fabril inglesa desde 1833 a 1864 nos permite conocer no sólo las condiciones de la clase obrera en aquellos años sino también la batalla política entre whigs y tories, entre industriales y burguesía agraria, y entre historiadores alineados con el uno o el otro de los dos bandos. De eso deriva una discrepancia de opiniones que está perfectamente en línea con los perfiles de la lucha de clases, por lo tanto - como precisa Marx - la burguesía nunca habría parado el alargamiento de la jornada laboral sin una respuesta aguerrida por parte de la composición social a ella contrapuesta por intereses:

 

 

 

“Après moi le déluge! (Después de mí el diluvio!), es la divisa de todo capitalista y de toda nación de capitalistas. El capital, por consiguiente, no tiene en cuenta la salud y la duración de la vida del obrero, salvo cuando la sociedad lo obliga a tomarlas en consideración.” [1]

 

 

 

De hecho, la carrera para alargar las horas laborales había conocido hasta 1833 una fuerte aceleración, ya que «tuvo lugar, a partir del nacimiento de la gran industria en el último tercio del siglo XVIII, una arremetida violenta y desmesurada, como la de un alud», hasta llegar a un punto sin retorno, establecido alrededor de las 12 horas efectivas - las cuales, como ilustra Marx citando el informe de un inspector del trabajo, en realidad eran al menos 14:

 

 

 

“Es muy lamentable, ciertamente, que una clase de personas tenga que matarse trabajando 12 horas diarias, lo que, si se suma el tiempo de las comidas y el que lleva ir y venir al trabajo, asciende en realidad a 14 de las 24 horas del día... Dejando a un lado el problema de la salud, nadie vacilará en reconocer, supongo, que desde un punto de vista moral una absorción tan completa del tiempo de las clases trabajadoras, sin interrupción, desde la temprana edad de 13 años y en los ramos “libres” de la industria desde una edad mucho más temprana, es extremadamente perjudicial y constituye un terrible mal... En interés de la moral pública, para que se forme una población capacitada y para proporcionar a la gran masa del pueblo un razonable disfrute de la vida, debe insistirse en que en todos los ramos de la industria se debe reservar una parte de toda jornada laboral con fines de descanso y esparcimiento.” [2]

 

 

 

Las perplejidades de Horner, inspector del trabajo en la década de 1840, pertenecen al campo de los juicios de ese grupo de inspectores y de pensadores burgueses que demostraron cierta sensibilidad para los horrores de la industrialización: como escribe Engels en su libro, estos filántropos a menudo provenían de las filas tories y - aunque muchos de ellos defendían tácitamente las causas conservadoras de la burguesía agrícola - fueron estimados, si no amados, por los proletarios:

 

 

 

“Sin embargo, entre los trabajadores, la agitación por las diez horas no cesaba en absoluto; en 1839, estaba de nuevo en plena actividad y fue Lord Ashley, en compañía de Richard Oastler, quien en la cámara baja reemplazó a Sadler. Ambos eran tories. Oastler en particular, quien llevó continuamente la agitación a 250 los distritos obreros y había ya comenzado en la época de Sadler, era el favorito de los trabajadores. Ellos nunca lo llamaban sino su "buen viejo rey", el "rey de los niños de fábricas", y en todos los distritos industriales no hay un niño que no lo conozca y lo venere, y van a su encuentro en procesión con otros niños, por poco que él esté en la ciudad. Oastler se opuso enérgicamente a la nueva ley sobre los pobres, y eso es lo que le valió el ser encarcelado por deudas a petición de un tal Thornhill, un whig, sobre tierras que él administraba y a quien debía dinero. Los whigs le ofrecieron muchas veces pagar su deuda, favorecer por otra parte su carrera, si él consentía en poner término a su campaña contra la ley sobre los pobres. En vano. Él siguió en prisión y desde allí publicó sus Fleet Papers [octavillas - NdR] contra el sistema industrial y la ley sobre los pobres.”[3]

 

 

 

La cohorte de “sensibles” a las condiciones infrahumanas de los proletarios de Lancashire y de toda Inglaterra, sobre todo del Norte, contaba en sus filas con la notable presencia de un capaz historiador del comercio, Postlethwayt, cuyo «diccionario comercial» - como recuerda apropiadamente  Marx - «gozaba entonces [en la segunda mitad del siglo XVIII - NdR] de la misma reputación que tienen hoy obras parecidas de Mac-Culloch y MacGregor». Para motivar el convencimiento de que el capitalismo industrial en esencia había girado hacia atrás las manecillas del bienestar, Marx recupera un polémico intercambio entre el antes citado historiador del comercio Postlethwayt y el redactor anónimo de un panfleto escrito contra la causa obrera y la supuesta inercia de los trabajadores. El objeto de la discusión reportada por Marx se centra en el hecho que los obreros de la industria inglesa no trabajaban según lo debido o lo posible, razón para la cual era legítimo argumentar, según el autor anónimo del panfleto, que la verdadera libertad consistía en la plena liberación del trabajo, o sea – como observa irónicamente el autor del Capital – en todo lo que fuera un obstáculo a «cualquier legislación contraria al principio de la completa libertad del trabajo!».

 

 

 

En suma, hace ciento cincuenta años la burguesía se movía con un perfil ideológico totalmente adaptado a sus necesidades y justamente sobre el derecho a “liberar el trabajo” construía las campañas políticas para el alargamiento de la jornada laboral y la intensificación de la explotación: una serie de mensajes que - dicho sea de paso - nos lleva necesariamente, como por arte de magia, a las infames mentiras de los gobiernos europeos del principio del tercer milenio, con la continua sucesión de declaraciones sobre la necesidad de precarizar y liberalizar por fin el mercado de la fuerza de trabajo. Sin embargo, en la parte dedicada a la pugnaz tentativa de la burguesía inglesa de apretar cuanto más posible las fuerzas físicas del obrero, Marx no se enfoca en el Renzi de turno o en los temas ideológicos conscientemente empleados, sino en la contraposición significativa entre dos frentes, cada uno con verdades tan inconciliables como opuestas. Según Postlethwayt, el obrero inglés trabajaba acerca de 4 días a la semana en la segunda mitad del siglo XVIII y eso era absolutamente justificable según la norma prevista en respeto a la vida y a los ritmos de trabajo adecuados a un estado de bienestar aceptable; en el lado opuesto, según los legisladores whigs y el anónimo redactor del panfleto Essay on Trade and Commerce, la verdad histórica de Postlethwayt, aunque cierta, equivalía a una clara confesión de la pereza y del embrutecimiento del proletariado inglés, así que se revelaba incontrovertible la necesidad de alargar el horario y las jornadas laborales a excepción de la santa jornada del séptimo día:

 

 

 

“Si se considera que festejar el séptimo día de la semana es una institución divina, de ello se desprende que los otros seis días de la semana pertenecen al trabajo" (quiere decir al capital, como enseguida veremos), "y no se puede tachar de cruel la imposición de ese mandamiento divino... Que la humanidad en general se inclina naturalmente a la gandulería y la indolencia, es algo que experimentamos fatalmente cuando observamos la conducta de nuestro populacho manufacturero, que no trabaja, término medio, más de 4 días por semana, salvo cuando se encarecen los medios de subsistencia...”[4]

 

 

 

Las primeras dos consideraciones que surgen de estas primeras lecturas y comparaciones son de diferente ámbito y carácter. La primera concierne a las actuales condiciones del proletariado mundial que en China y en extensas partes del planeta - incluídos los países capitalisticamente avanzados como Italia - se encuentra en condiciones tan miserables que una comparación con el siglo XIX del capitalismo será necesaria y tal vez hasta constructiva; la segunda concierne a la ausencia del más mínimo espíritu filantrópico en la burguesía contemporánea, llegada a ser tan despiadada y cruel que las condiciones de vida de los obreros y de los trabajadores, donde son aceptables, son atacadas, y donde ya son inaceptables y brutales, son escondidas o utilizadas, como en el caso de China, con fines propagandísticos y políticos. En definitiva, podemos afirmar que en la burguesía ganó el espíritu rapaz y malhechor de aquellos que, opuestos a Postlethwayt, no sólo atacaban la ociosidad y la pereza de los proletarios, sino sostenían en 1770 la necesidad de las 12 horas laborales y de las “Houses of terror”, también conocidas como Workhouses. La historia nos enseña que en cincuenta años tanto el primero cuanto el segundo propósito fueron hábilmente alcanzados y en 1833 hasta fue necesario limitar el día laboral a 12 horas y poner freno al trabajo nocturno, con un juez estableciendo hasta qué era el día y qué la noche:

 

 

 

“Después que el capital se tomara siglos para extender la jornada laboral hasta sus límites normales máximos y luego más allá de éstos, hasta los límites del día natural de 12 horas, tuvo lugar, a partir del nacimiento de la gran industria en el último tercio del siglo XVIII, una arremetida violenta y desmesurada, como la de un alud. Todas las barreras erigidas por las costumbres y la naturaleza, por la edad y el sexo, por el día y la noche, saltaron en pedazos. Hasta los conceptos de día y noche, de rústica sencillez en las viejas ordenanzas, se desdibujaron a tal punto que un juez inglés, todavía en 1860, tuvo que hacer gala de una sagacidad verdaderamente talmúdica para explicar "con conocimiento de causa" qué era el día y qué la noche. El capital celebraba sus orgías.”[5]

 

 

 

Y mirando lo que son hoy, por ejemplo, las condiciones en las fábricas chinas podemos bien afirmar que las orgías del capital tal vez nunca se acabaron, al contrario encontraron en la población china una masa bastante grande para ser apretada en los brazos y en la mente hasta el agotamiento y la completa saturación. También en Europa, o en los países BRICS, las legislaciones no son menos y, si no hubiera espacio para destrozarlas en la legalidad, igualmente se abren amplios espacios de acción para la prepotencia y el esclavismo; dos episodios ejemplares que bien conocemos: los brazos empleados en la agricultura desde Rosarno a los campos del Pontino o de Sicilia, las fábricas ilegales conducidas por empresarios chinos e italianos en Prato o las numerosas empresas con empleo sumergido en el área vesubiana. Por lo tanto, el escenario no para de ampliarse y cuanto más se encoge más salen nuevas situaciones absolutamente alarmantes e inquietantes; un cuadro que, como Instituto O. Damen, siempre hemos tratado de puntualizar, edificando más conexiones posibles entre lo que ocurre en Italia y lo que pasa al otro lado del mundo, en la convicción de que las suertes del proletariado son como las tramas de un único enredo, sin un final escrito.

 

 [segunda parte]

 

Traducción de Luca Lupoli

 

 


 

[1] K. Marx, El capital, Tomo I, Libro I, El proceso de producción del capital, Sección 3: Producción del Plusvalor Absoluto, Capítulo 8: La Jornada Laboral. Fuente: http://pendientedemigracion.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/capital1/8.htm.

 

[2] Marx retoma un pasaje de L. Horner, Reports of Insp. Of Fact, 31st Dec. 1841, en K. Marx, El capital, Tomo I, op. cit.

 

[3] F. Engels, La situación de la clase obrera en Inglaterra, marxists.org, p. 250.

 

[4] Marx retoma un extracto de Essay on Trade and Commerce: containing Observations on Taxation, Londres, 1770 (la cita está en K. Marx, El capital, Tomo I, op. cit.). Otro libelo acusatorio es Considerations on Taxes, Londres, 1763.

 

[5] K. Marx, El capital, Tomo I, op. cit.